«La osadía de creernos capaces de manipular impunemente la vida y la naturaleza nos ha llevado a activar una guerra silenciosa cuyas consecuencias no somos capaces de imaginar y mucho menos de prever.» ‘Primavera silenciosa’, de Rachel Carson, 1962.
Era la España de los 80. A la eclosión de la democracia le seguía el despegue del consumo. Y en la medida en la que este crecía, lo hacía el contenido de los basureros. Los grandes ayuntamientos dieron la voz de alarma: si los vertederos seguían ganando terreno, literal, tarde o temprano tendríamos que remar entre basura.
Allá por 1982, las aceras de Barcelona y Madrid daban la bienvenida a los primeros contenedores de reciclaje. Los iglús –que entonces solo eran de dos colores, uno blanco para el vidrio transparente y otro verde para el de color– fueron el germen de lo que hoy podemos llamar, aún tímidamente, «la cultura del reciclaje».
En efecto, cada vez es más frecuente ver a los consumidores consultando las etiquetas en los supermercados para saber las características de los productos. Según la guía práctica para comunicar con éxito las mejoras ambientales de los envases que Ecoembes realizó en 2013, nueve de cada diez consumidores están interesados en conocer las mejoras ambientales realizadas por las empresas sobre sus productos envasados.
«Reciclar debe ser algo natural, al igual que cocinar, hacer ejercicio o dormir. Acciones que forman parte de nuestro día a día y que no nos generan dudas, sino que forman parte de nuestro ritmo vital», asegura Óscar Martín, consejero delegado de la organización. «No podemos negar que hemos avanzado mucho. En 1998, cuando nace Ecoembes y se empiezan a gestionar los residuos de envases domésticos en España, se reciclaron tan solo el 5% de sus envases, y en 18 años hemos conseguido crecer hasta el 74,8%, un síntoma que nos indica no solo que el sistema funciona, sino que además la sociedad está respondiendo», añade. «Estamos entre los seis primeros países de la Unión Europea, un hito que refleja el éxito de un modelo exible que se está adaptando a las necesidades de cada región y de cada momento y que acerca el reciclaje al ciudadano y lo lleva a su día a día, más allá de su hogar».
No más de 100 metros. O lo que es lo mismo, unos 200 pasos. Es la distancia media entre nuestra casa y el primer contenedor con que nos topamos. Y, probablemente, uno de los motivos que ha llevado a los españoles a reciclar esas 1,3 millones de toneladas de envases en 2015, un 3,3% más que en 2014. «Aunque aún falta muchísima infraestructura», opina Cristina Monge, directora de Conversaciones de Ecodes. «Hay que diseñar un sistema pensado más en el usuario. Ponerlo fácil. En algunos casos, especialmente en los pueblos –es cierto que en las ciudades apenas existe ya este problema− querer hacer una buena gestión de residuos supone una odisea».
«Eso sí, las infraestructuras tienen que ir acompañadas de educación y de una mayor reivindicación social. Todos estos elementos son vasos comunicantes. Es un círculo, una espiral que puede retroalimentarse para bien o para mal», continúa. Su explicación recuerda, casi automáticamente, a la cinta de Möbius, esa ilustración que creó y universalizó el participante Gary Anderson para un concurso organizado por la Container Corporation of America en los años 70, y que llega hasta nuestros días como símbolo del reciclaje.
Gary Anderson
«Seis o siete años después de graduarme decidí ir a Amsterdam de vacaciones. Nunca olvidaré
lo que vi al bajar del avión: ¡mi símbolo impreso en un gran con- tenedor con forma de iglú!»
Sus tres flechas, que representan las tres fases del reciclaje, la recogida de residuos, el procesado de los mismos y su vuelta de nuevo al proceso productivo, reflejan a la perfección ese eterno retorno de la economía circular, «una losofía que va mucho más allá del reciclaje», explica Monge. Y continúa: «Es cambiar el modelo de usar y tirar por un modelo que imite a la naturaleza, donde los residuos acaban siendo insumos. Estamos viendo cómo tanto desde iniciativas privadas como públicas se intenta incorporar este modelo, que no se trata más que de aprovechar de una forma diferente los recursos».
«Hay quien ve un residuo y quien ve la materia prima», sostiene Sonia Castañeda, directora de la Fundación Biodiversidad. «Lo vemos en las empresas que aparecen en la red. Hay quienes están transformando neumáticos en calzado, botellas en ropa o cáscaras de huevo en productos cosméticos», ejemplifica. «Los materiales tienen vida sine die. La economía circular ya está siendo presente y va a ser cada vez más futuro». Por su parte, Monge advierte de que este «no es un cambio que se vaya a dar en dos ni en cinco años; requerirá mucho tiempo. Como cualquier cambio social. Es un cambio de chip».
Más aun teniendo en cuenta, según la experta, que saber reciclar sigue siendo una asignatura pendiente en muchos hogares. Aceites industriales, neumáticos, lámparas, medicamentos, el microondas, unas pilas, el móvil que dejó de usarse, el papel de aluminio que envuelve el bocadillo, las deportivas viejas, el bote de lejía o el balón de fútbol pinchado. «Si a cualquiera que no sea experto le pones delante una serie de objetos de uso cotidiano, no es capaz de acertar un 20% de las opciones de reciclaje. Si se tira el plástico de la botella de agua con el boli sin tinta, con la lata de atún, se está haciendo mal. A nosotros nos llaman mucho para consultarnos dudas».
Según los últimos datos ofrecidos por Ecoembes, los envases se posicionan como los residuos urbanos que más se reciclan en nuestro país. Por tipología, los de metal, como latas de refrescos o de conservas, mantienen su liderazgo con una tasa del 83%, ocho puntos por encima de los objetivos establecidos por el Paquete de Economía Circular de la Comisión Europea para 2025. A estos, les siguen muy de cerca los envases de papel y cartón, de los que se reciclaron el pasado año 82,9%, y los de plástico, de los que se recuperaron el 63,8%, ambos también ocho puntos por encima del reto marcado desde Bruselas.
«La materia orgánica es la fracción olvidada», apunta Goyo Nieto, fundador de la plataforma Ecocivitas. «En otros países se está gestionando. Y en España, en algunas comunidades −como Cataluña o el País Vasco− se ha avanzado en ello también. Es importantísimo hacerlo: supone nada más y nada menos que el 42% del peso en nuestra bolsa de basura». Según este experto, el grado de humedad y los olores que genera la materia orgánica entrañan serias dificultades para su tratamiento, «sin embargo, lo podemos reciclar en nuestras propias casas o lugares de trabajo, a través del compostaje. Algo de lo que a su vez se bene ciarían los recicladores de envases, ya que, al ir manchados de materia orgánica, su recuperación se complica».
«La educación es el secreto de todo el sistema», concluye Nieto. «En cualquier sistema de gestión de residuos, bien compostaje, bien recogida puerta a puerta, es necesario contar con el vecino. Sin él, el sistema no va a funcionar. Ten en cuenta que tenemos un sistema de contenedores en el que nadie controla si lo haces bien o mal».
¿MAYOR POBLACIÓN, MENOS RESIDUOS?
El estudio What a Waste, publicado por el Banco Mundial en marzo de 2012, afirma que en el mundo sacamos, cada día, más de 3,5 toneladas de residuos sólidos de nuestras casas al contenedor, pero alerta de que esta cantidad aumentará a más de seis millones de toneladas diarias cuando se cumpla el primer cuarto de este siglo.
Y a estos residuos caseros hay que sumar todos los que crean la industria, el comercio y la actividad agraria y ganadera. También los residuos que nadan en el espacio como resultado de la destrucción de satélites y cohetes. Desechos hay de todos los colores, materiales y formas, y en cantidades ingentes. ¿Seremos capaces de invertir la ecuación –a mayor riqueza, más basura− que ha regido todo el siglo XX hasta nuestros días? Más ambicioso aún: ¿dejaremos de llamar basura a la basura?
Objetivos
La UE también propone, para 2030, limitar al 10% de forma vin- culante los residuos que pueden ser arrojados a vertederos.
«Hemos vivido tanto tiempo en la cultura del derroche… Yo suelo decir que más que una irresponsabilidad, es una horterada. No tiene sentido, no solo porque no haya recursos; si los hubiera también sería absurdo e irresponsable», considera Cristina Monge, de Ecodes. «El modelo de usar y tirar no puede durar para siempre», añade Óscar Martín, de Ecoembes, en referencia a uno de los pilares fundamentales para un verdadero desarrollo sostenible: la prevención de residuos. Con este objetivo, la organización colabora con las empresas para que el reciclaje esté presente desde el diseño de los envases. Así, estas empresas ahorraron 25.435 toneladas de materias primas en 2015 gracias a la implantación de más de 3.700 medidas de ecodiseño, que en los últimos años han permitido que hoy en día los envases que consumimos sean un 17% más ligeros.
Esto ha permitido, a su vez, evitar la emisión de 1,2 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera, lo que equivale a la retirada del 25,88% de los coches del parque móvil de Madrid. En cualquier caso, a nivel ambiental, la reducción de gases contaminantes no ha sido el único beneficio que se ha alcanzado en 2015. También se han conseguido importantes ahorros en consumo de energía, agua y materias primas. Concretamente, se ahorraron 4,6 millones de MWh, es decir, la energía que se necesitaría para el funcionamiento anual del 47,5% de los smartphones que hay en España; y se evitó el gasto de 24,8 millones de metros cúbicos de agua, una cantidad que serviría para que todos los madrileños (6,4 millones de personas) se dieran una ducha diaria durante un mes.
«Sin innovación no hay evolución», sentencia Martín, un área que forma parte intrínseca del modelo actual de reciclaje y que tiene un papel fundamental en la mejora de la e ciencia en todo el proceso. En 2015 se abrieron 29 líneas nuevas de investigación y se pusieron en marcha diferentes proyectos para optimizar la recogida, la selección y el reciclado de los residuos de envases, destacando entre ellos la sensorización, tanto de contenedores como de vehículos, para reducir costes y emisiones. Asimismo, gracias a las nuevas tecnologías, España ya cuenta con 58 plantas de separación de envases automatizadas (dentro de las 95 que existen) que incorporan la última tecnología.
«La cultura del reciclaje está evolucionando muchísimo en España. Pero las tasas de reciclaje no son el único indicador, también lo son las iniciativas empresariales que están surgiendo. Y hablar de iniciativas empresariales es hablar de nuevos empleos. La colaboración de todos los agentes es fundamental para alcanzar los objetivos y para avanzar en una economía más verde y más sostenible», sostiene Sonia Castañeda.
En el horizonte asoman, sin embargo, los objetivos marcados por Bruselas. Entre otros, alcanzar un reciclaje del 65% de los residuos urbanos de aquí a 2030. Actualmente, superamos ligeramente el 30% frente al 42% de media comunitaria. «La sociedad en conjunto debe volcarse para que todos los residuos alcancen unos niveles de reciclado similares a los de los envases y se comiencen a tratar aquellas fracciones de las que nadie se está responsabilizando», apunta Óscar Martín.
La necesidad de reciclar surge de la mano del consumismo desenfrenado del último siglo, si bien, como señala Cristina Monge, «reciclar no es más que sentido común». Y sin obviar los profundos cambios sociales que desencadenó la Revolución Industrial y que han afectado directamente a nuestro estilo de vida y a la forma en que consumimos, reciclar, en esencia, no es una práctica moderna. Hace 13.000 años, las poblaciones cazadoras y recolectoras ya reutilizaban artefactos utilizados por otros grupos que habían ocupado los mismos yacimientos, evitando así desplazarse a los lugares donde se encontraba la materia prima para fabricar las herramientas. La evolución es una constante, y algunas voces ya se han aventurado a bautizar al ciudadano del siglo XXI como el Homo Reciclatorensis. ¿Utopía?