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Las migraciones climáticas del reino animal

Las migraciones climáticas del reino animal

Inviernos más cálidos, intensas olas de calor, niveles insalubres de contaminación, catástrofes naturales, desertificación, desaparición de glaciares… Estos son algunos de los efectos del cambio climático con los que estamos más familiarizados, pero no los únicos. Hay otros muchos no tan conocidos, no por ello menos inocentes, que amenazan ecosistemas enteros. Es el caso de los flujos migratorios de las aves, la supervivencia de los lepidópteros o la alteración de los sistemas marinos.

Las mariposas, más allá de la belleza estética que provocan a quienes contemplan su grácil aleteo o sus atractivos colores, juegan un papel muy importante en nuestros ecosistemas. Constituyen uno de los cuatro grupos de insectos más diversos del planeta, con más de 150.000 especies descritas; representan una gran cantidad de biomasa, capital en los ecosistemas terrestres, y desempeñan un papel destacado como herbívoros (hay millones de orugas, por ejemplo, que procesan muchísimas toneladas de plantas durante su desarrollo), al tiempo que son fuente de  alimento básico para algunos depredadores (aves insectívoras, insectos carnívoros, etc). Los primeros trabajos acerca de la incidencia del calentamiento global sobre la distribución de las mariposas datan de finales de la década de los noventa, encabezados por las investigaciones de la norteamericana Camille Parmesan, quien estudió la expansión hacia el norte de una treintena de especies de mariposas comunes.

Según datos del Museo de Ciencias Naturales de Granollers, CREAF, uno de los más punteros, tres cuartas partes de las especies de mariposas que viven en la región mediterránea española están perdiendo población a causa del cambio climático. «El cambio climático es determinante para explicar el declive que están experimentando muchas especies de mariposas en todo el planeta, especialmente en los episodios de mortalidad masiva de los adultos en las colonias invernantes (debido, sobre todo, a heladas extremas), aunque los cambios de hábitat por acción directa de los humanos también son determinantes. Por ejemplo, la intensificación agrícola y el uso de herbicidas como el glifosato», explica Constantí Stefanescu, investigador del CREAF y coordinador Catalan Butterfly Monitoring Scheme.

Solo en Cataluña, un 70% de las especies de mariposas diurnas están en regresión. Es una tendencia que se observa en muchos otros lugares del mundo, porque el impacto de las sequías es mayor y apenas existen microclimas que compensen. En el norte de Europa, el aumento de las temperaturas tiene su efecto positivo para algunas especies que han podido expandir su área de distribución y colonizar regiones que antes eran demasiado frías. Esto obliga a nuevas interacciones tróficas entre mariposas y plantas que «no siempre acaban de manera positiva para las mariposas», observa Stefanescu.

Un caso especial es el de la mariposa monarca (Danaus plexippus), quizá la más conocida de las mariposas de América del Norte (sus alas naranjas y negras son inconfundibles). Posee una gran resistencia (puede viajar hasta 4.000 kilómetros desde Canadá hasta los bosques de oyameles en México) y longevidad (de hasta nueve meses). Recientemente, las autoridades mexicanas presentaron el informe Resultados de la temporada de hibernación 2017-2018 de la mariposa monarca, en el que se alertaba de que la superficie ocupada por esta mariposa sufrió un descenso del 14%. Pese a que se descarta el riesgo de extinción, el Gobierno mexicano trabaja con autoridades de Canadá y Estados Unidos para protegerla.

«La población más abundante de la mariposa monarca es la que ocupa el continente americano, y es muy conocida por las migraciones anuales que efectúan millones de ejemplares entre las zonas de reproducción en el centro y norte de Estados Unidos y las zonas de invernada en la Sierra Madre mexicana. Algunos ejemplares se han dispersado hasta lugares muy alejados, consiguiendo establecerse de manera sedentaria en ellos, como las islas caribeñas, lo que les evita tener que migrar más de tres mil kilómetros», apunta Stefanescu, quien recuerda que aún es pronto para evaluar con precisión las consecuencias.

Trampa mortal para las aves

Existen en el planeta alrededor de diez mil especies de aves. De ellas, 1.800 son migratorias. Necesitan viajar. El 15% están en peligro de extinción. ¿Las causas? La caza ilegal, la pérdida de sus hábitats y… los efectos del cambio climático.

Especies de gaviotas se trasladan al Sur

Algunas especies de gaviotas que habitan en zonas templadas del Hemisferio Norte se trasladan al Sur durante el invierno.

«El calentamiento global adelanta la primavera en muchos lugares del mundo, así que las aves anticipan unas cuantas semanas su viaje migratorio, porque perciben que las temperaturas son lo suficientemente cálidas para comenzar su periodo reproductivo, pero, en numerosas ocasiones, llegan a un destino en el que las condiciones no son las adecuadas y no tienen posibilidades de sobrevivir. Eso ocurrió en España hace dos años con las golondrinas; llegaron muy pronto, cuando hacía frío y llovía. Llegaron exhaustas después de un viaje de más de tres mil kilómetros. Como hacía frío, apenas había insectos para alimentarse. Murieron muchas de ellas», explica Juan Carlos del Moral, ornitólogo y coordinador del Área de Ciencia Ciudadana de SEO/BirdLife.

Los adelantos de las estaciones y los cambios de temperatura de los ecosistemas resultan una trampa mortal para muchas aves. Llegan a su destino desfallecidas, sin fuerza para hacer sus nidos (tardan entre dos y cien días, dependiendo de la especie), agotadas para buscar comida. Mueren. Y lo peor es que casi no hay tiempo para actuar. Según las conclusiones del II Congreso sobre Migración de Aves y Cambio Climático, los cambios en el comportamiento y la distribución de las poblaciones de aves que antes ocurrían en el transcurso de siglos suceden ahora en tan solo un par de décadas.

Un efecto claro de las consecuencias del calentamiento global en estas migraciones es el aumento en la extensión del desierto de Sáhara (que, en su parte estrecha, cuenta con 1.700 kilómetros), una barrera natural en la que perece una tercera parte de los ejemplares jóvenes de aves migratorias rapaces. Cuanto más se expanda, más aves morirán en él. Lo mismo sucede con otras barreras naturales, como el Golfo de México, cada vez más susceptible de sufrir tornados, con catastróficas consecuencias para las aves que han de atravesarlo.

«Otro ejemplo lo tenemos en el urogallo, cuyos pollos dependen en grandísima medida de la producción de arándanos; cuando se adelanta la primavera, florecen, pero los insectos no han madurado como para salir de su metamorfosis y fecundar todas esas flores de arándanos, así que muchos de esos pollos de urogallo mueren de hambre», prosigue Del Moral.

Aunque no siempre el cambio climático juega en contra de las aves: «En el caso de la cigüeña blanca, los autillos, las águilas calzadas o los milanos negros, que pasaban el invierno en el otro lado del Sáhara, ahora pueden quedarse en España, en la banda mediterránea, y disponen de grandes insectos o reptiles para alimentarse, evitando así el riesgo que supone cruzar el mar, el desierto y enfrentarse a mil problemas más», concluye el experto.

Peces más pequeños

Lo mismo en los océanos. Los cambios de temperatura del agua, los niveles de pH y los patrones de circulación oceánicos, junto al aumento del nivel del mar y las fuertes tormentas, obligan a las especies a cambiar su distribución y su productividad.

Un ejemplo. Según la ONG Protección Animal Mundial, el calentamiento de los polos está haciendo que el salmón de Alaska deje de emigrar, lo que impacta de manera trágica en la alimentación de los osos. Otro. Los estudios del Gobierno norteamericano apuntan que para 2050 podrían reducirse a la mitad las poblaciones de bacalao en la costa este, con la trascendencia no sólo económica que esto implica.

Hay situaciones igualmente dramáticas en otros puntos geográficos. Los océanos ya no proporcionan la energía suficiente para que los peces

el calentamiento global en las ballenas

El calentamiento global provoca la pérdida de fuentes de alimento para las ballenas, lo que está modificando sus patrones migratorios.

e invertebrados marinos culminen satisfactoriamente su proceso de crecimiento. Según un estudio de la Universidad de Columbia Británica en Vancouver (publicado por la revista Nature Climate Change), la falta de oxígeno en el agua complica la vida de los peces más grandes, lo que significa que dejarán de crecer antes de lo debido para poder sobrevivir. Se calcula que el peso máximo de los peces disminuirá entre un 14 y un 24% de aquí a 2050 (lo que equivaldría a entre 10 y 18 kilos en un hombre de 77 kilos). El Índico será el más afectado, seguido del Atlántico y el Pacífico.

Las investigaciones de la Asociación de Biología Marina (ABM) del Reino Unido apuntan a que distintas variedades de erizos de mar, calamares y algas se han establecido en aguas británicas tradicionalmente frías para estas especies, lo que a su vez ha originado un desplazamiento de los linajes autóctonos.

Australia es la zona peor parada: la mayor acidez del mar y la destrucción (o decoloración) de los corales han forzado al éxodo a algas, fitoplancton, zooplancton y numerosas variedades de peces varios miles de kilómetros al sur. Si recordamos, además, que los océanos absorben el 40% del dióxido de carbono y que el plancton produce la mitad del oxígeno que respiramos, la situación es catastrófica.

Puede que los flujos de las aves alterados por el calentamiento global, el cataclismo de cientos de variedades de mariposas o la redistribución marítima de especies (y la metamorfosis de su tamaño) no sean de gran interés para los medios de comunicación. Pero, dado el alcance de sus secuelas, es cuestión de tiempo, por eso, poner una solución se ha convertido en una opción ineludible.