La ciencia lleva varios años acaparando la primera plana de los medios de comunicación de todo el planeta. Primero fueron las marchas por el clima con las que miles de jóvenes de todos los rincones clamaron por una acción climática que asegure el futuro de la vida en la Tierra. Después, llegó la crisis sanitaria y, por primera vez en la historia, todos los procesos de investigación relacionados con un virus y la búsqueda de su vacuna se hicieron públicos en tiempo real. La divulgación y comunicación científica fue –y sigue siendo– clave a la hora de explicar nuestra realidad. Hablamos sobre ello con Pampa García Molina, periodista y redactora jefa de la Agencia SINC (Servicio de Información y Noticias Científicas), que nos atiende al otro lado del teléfono para contarnos cómo los divulgadores hacen que la ciencia sea más accesible al público en general. Y es que, como asegura, no es solo interesante sino importante para entender qué somos, hacia dónde vamos y de dónde venimos.
Este último año, el periodismo científico ha estado en el foco mediático como nunca antes. ¿Qué se ha hecho bien desde los medios?
Se podría hacer una tesis doctoral sobre ese tema y, de hecho, estoy segura de que se hará, y es algo que llevamos hablando entre los compañeros del sector desde que empezó la pandemia. La covid-19 va a dar lugar a muchas investigaciones sobre la comunicación social de la ciencia y a manuales de buenas prácticas. Pero algo que se ha hecho bien desde la comunicación es, básicamente, el haber hecho periodismo –consultar fuentes, informarse intentando buscar las mejores fuentes disponibles, escuchar diferentes partes de la historia, atender diferentes perspectivas… –. Por ejemplo, desde el inicio de la pandemia, muchos periodistas nos hemos dado cuenta de que no era un fenómeno biológico solamente, aunque lo haya causado un virus y estemos hablando de un tema médico y biomédico. Es también un fenómeno social. Y ha habido enfoques muy buenos atendiendo a esa realidad: se ha tratado la covid no solo desde el punto de vista de las ciencias biomédicas, sino que se ha unido a las ciencias sociales. Ha habido enfoques también muy buenos sobre el término sindemia y sobre el concepto de one health, esa salud única de todo el planeta que incluye a las personas y los animales. Desde el punto de vista de la cobertura de las ciencias puras, de las ciencias básicas, se ha hecho un buen trabajo, intentando explicar de una manera asequible para gran público conceptos muy profundos de las ciencias biológicas, como hablar de ARN para que lo pueda entender todo el mundo a través de infografías, como han hecho, por ejemplo, en El País o en el New York Times. Todo esto ayuda, al menos para la gente que no tiene conocimientos muy profundos sobre ciencia, a percibir que es algo de lo que, si te sientas un momento y te interesas por leer con un poco de atención, puedes entender cosas interesantes. Además, mola saberlas para entender lo que está sucediendo.
«La ciencia es también muy emocionante, porque nos habla de nosotros mismos»
¿Y qué se ha hecho mal?
Hay cosas que se han hecho mal –y que probablemente se siguen haciendo mal– en ciertos medios. Hablar del periodismo es tan amplio como hablar de medicina, porque es una profesión con un montón de medios y periodistas diferentes, de formatos y canales de trasmisión distintos… No tiene nada que ver lo que se ha hecho en tele, con el periodismo web, ni en medios especializados o generalistas. Pero lo que veo es que ha habido un problema importante a la hora de buscar fuentes especializadas por parte de medios que no contaban con una redacción de ciencia o con periodistas que supiesen moverse en ese mundo. Por eso hemos visto muchas veces hablando de epidemiología o de medidas de salud pública a un cirujano de reconstrucción: tendrá una cultura médica amplia porque estudió Medicina, pero no es la persona a la que preguntarle sobre salud pública. En ese sentido, se han cometido bastantes errores a la hora de buscar fuentes realmente sólidas. También es verdad que es difícil: no todo el mundo quiere salir en la tele o prestar su voz para hablar de temas en los que hay muy pocas certezas y que tienen un grado de politización altísimo.
¿Ese sería otro de los errores cometidos?
La pandemia, el dolor que a ella se asocia o los posibles errores cometidos se han utilizado en la política de una manera muy negativa… y parte del periodismo ha entrado en ese juego de utilizar la crisis o las vacunas para señalar a algunas administraciones o a otras con fines muy manipuladores. Pero es que al final la ciencia se ha puesto en el punto de mira como cualquier otra actividad. Por eso se ha enfrentado a los mismos problemas que puede sufrir cualquier otra cosa que esté en ese momento intentando dar respuestas a un problema global tan importante.
«El negacionismo en España es más ruido que otra cosa»
Hace ya un año recordabas que los periodistas de ciencia y los investigadores saben «que la ciencia es incertidumbre, una forma de conocer el mundo con un método, pero no infalible». ¿Crees que el resto de la sociedad también lo ha entendido?
La ciencia lleva siempre asociado un grado de incertidumbre sobre todas las afirmaciones que haga. Es decir, es una aproximación para comprender y describir la realidad que tiene un grado de incertidumbre asociada. Y eso siempre es así. Vamos a seguir teniendo una visión de la ciencia como una herramienta muy difícil de entender y que nos tiene que dar respuestas contundentes, y vamos a seguir teniendo a una sociedad que exige esas respuestas contundentes y rápidas y que se siente, de alguna forma, decepcionada cuando la ciencia no se las puede dar. No sé hasta qué punto eso puede cambiar en un año. Lo que sucede es que todos los que nos dedicamos a la comunicación o al periodismo de ciencia lo vemos muy claro porque es nuestra materia de trabajo, pero la gente está haciendo otras cosas, está viviendo su vida. Es como si mañana me dicen que tengo que entender algo sobre cualquier área de especialización que no forma parte de mi día a día y, además, estoy preocupada por otros temas. Exigir ese entendimiento es un error. Lo que tenemos que hacer desde el periodismo es construir un relato sólido y cambiar nuestra manera de explicar las cosas para que esa percepción sea como una especie de fondo de armario y, así, partir siempre de esa base de incertidumbre y dejar de contar las cosas como grandes conclusiones inamovibles. Debemos abandonar esa visión triunfalista de la ciencia, que siempre se ha comunicado como esa herramienta hiperpoderosa que te da unos resultados que siempre te ayudan a hacer cosas. Eso sí, es normal que se haya tenido esa comunicación de la ciencia durante muchos años, pero hace tiempo que llegó el momento de cambiar el enfoque y considerar al público más maduro a la hora de entender cómo funciona el proceso científico. La conclusión es que no creo que se haya llegado a interiorizar aún el grado de incertidumbre que acarrea la ciencia, pero es que estamos en un momento tan convulso que ya habrá, con el tiempo, estudios de percepción social en los que esto se puede evaluar.
«La sociedad exige respuestas contundentes y rápidas y se siente decepcionada cuando la ciencia no se las puede dar»
Todo lo relacionado con el nuevo virus y su vacuna ha estado –y sigue estando– envuelto en una nube de desinformación. ¿Qué papel juegan los comunicadores y divulgadores para poner freno a la propagación de los bulos, especialmente con temas tan vitales como una pandemia o el cambio climático?
Jugamos un papel esencial y un periodismo hecho con cuidado y cuidando del enfoque –no solamente qué es lo que cuentas sino cómo lo cuentas y se lo transmites al público– es muy importante. También se debe seleccionar bien cuál es el tipo de información que consideramos relevante para comprender las cosas que está pasando. Hay una ocupación esencial por parte de los periodistas que es ser comisarios de información, es decir, debemos seleccionar bien qué es lo que debe llegar al público y qué es lo realmente importante, cuáles son esos mensajes que tenemos que hacer que calen porque son los urgentes de entender. Es decir, es necesario distinguir la opinión de una persona –que puede ser incluso un catedrático– que tenga posiciones que simplemente son personales y que no están basadas en pruebas y no darles el mismo valor que a un metaanálisis de estudios científicos donde se obtienen conclusiones que realmente son consistentes. Pero todo ello se junta a que, al final, queremos clics, que nos lean y dar informaciones que de partida sean atractivas. En ese sentido hay bastantes estudios de investigación realizados sobre la propia práctica periodística que son interesantes en relación con el cambio climático. El año pasado entrevistábamos a una investigadora, que además es periodista, que hace este tipo de análisis y nos decía que, por ejemplo, en los grandes medios estadounidenses se le da un peso desproporcionado respecto a la importancia que tienen dentro del mundo científico a los negacionistas del cambio climático. Es decir, se lleva al extremo el contar con todas las fuentes y esa especie de equidistancia de que hay que darles voz. Hay cosas a las que, realmente, no hay que dar voz porque son irrelevantes, y desde los medios les estamos dando a veces un papel que no tienen dentro del mundo científico.
«En España hay un sustrato de confianza muy fuerte tanto hacia las vacunas como hacia la medicina científica»
Negacionistas del cambio climático o de la pandemia, antivacunas… ¿Por qué crees que han prosperado estas teorías en nuestro país?
De nuevo tenemos ese fenómeno presente por las concentraciones que hubo en Madrid en una época en la que no era nada responsable hacerlas. Fue muy sonado, muy vistoso, muy llamativo… Tanto que se nos ha quedado en la retina esa sensación de que hay un montón de gente negacionista y, sin embargo, los datos no dicen lo mismo: en España no hay un problema de ese tipo ni es tan acuciante como lo puede haber en otros países como Estados Unidos. Josep Lobera es un sociólogo de la Universidad Autónoma de Madrid que investiga la percepción social de la ciencia y que ha hecho muchos estudios sobre la percepción de las vacunas, sobre pseudociencias, etc. y siempre afirma que, en realidad, en España hay un sustrato de confianza muy fuerte tanto hacia las vacunas como hacia la medicina científica. Sí que es verdad que hay riesgo, pero es normal que la confianza social baje, especialmente con lo ocurrido en los últimos meses, con la campaña de vacunación y con todos los problemas que hemos ido viendo –que, por otro lado, eran perfectamente esperables y que desde el punto de vista de las agencias de medicamentos europeas y nacionales se han gestionado de una manera transparente–, porque son temas difíciles de entender y que preocupan. Además, la percepción del riesgo es algo muy personal y el miedo es libre: es muy peliagudo lanzar mensajes contundentes cuando luego hay problemas asociados que son muy difíciles de evaluar. Sobre el tema negacionista en sí, no creo que sea un problema importante en España, pero sí que tenemos que estar atentos, aunque tampoco hay que darle más voz de la que tiene porque es más ruido que otra cosa. Pero, por otra parte, tampoco hay que burlarse de las personas que tienen dudas, porque la duda es muy legítima y hemos estado viviendo –y seguimos haciéndolo– situaciones muy traumáticas; es muy normal tener miedo, y que este lleve a tomar decisiones intelectuales equivocadas.
«La percepción del riesgo es algo muy personal y el miedo es libre»
La crisis climática no se libra de una buena dosis de bulos y desinformación. Pero cada vez son más los medios y los periodistas que dirigen sus esfuerzos divulgar el mayor reto al que se enfrenta la humanidad este siglo. ¿Cómo podemos transmitir la urgencia del cambio climático sin pecar de alarmistas?
El investigador y divulgador de la crisis climática Andreu Escrivà publicó el año pasado ¿Y ahora yo qué hago? Cómo evitar la culpa climática y pasar a la acción, en el que hablaba sobre cómo el mensaje catastrofista está ya muy quemado y cómo hemos pasado a un negacionismo de la crisis climática que no niega en sí su existencia –eso hay muy poquita gente que lo piense–, sino que se podría definir como un negacionismo de soluciones. Lo dice Andreu y muchos más investigadores, y así lo veo yo. El negacionismo se basa en decir que no podemos hacer nada para luchar contra la situación y, por eso, hay que seguir con la vida porque las cosas son como son. Eso no es cierto, sí que se pueden hacer cosas, y sí que hay soluciones para atenuar esta crisis. Y es importante que dirijamos el mensaje hacia ese lugar: podemos hacer cosas. Además, la crisis climática está provocando efectos sobre la salud y eso es innegable, aunque ahí puede haber otro negacionismo: quienes niegan que la contaminación provoca muertes. Pero es que la contaminación no solo provoca muertes, también empeora nuestras vidas, e incluso hay efectos desde el punto de vista cognitivo tanto en niños y niñas como en personas mayores. Hay que empujar hacia un mensaje que sea útil desde el punto de vista de las soluciones. Ahora mismo tenemos en diferentes capitales europeas las revueltas escolares, que es una iniciativa simbólica, pero que pone en marcha muchas conciencias y toca plenamente cuál es el problema: queremos vivir en ciudades en las que se pueda respirar y desplazarse de una manera más sostenible, entre otras cosas. Por eso tenemos que darnos cuenta de que nos toca realmente, que no es una cuestión del legado que dejamos a nuestros nietos. No, nos toca aquí y ahora, y quienes van a tener problemas de salud a corto plazo vamos a ser nosotros, no las siguientes generaciones.
Una vez pase la pandemia, ¿volveremos a perder el interés en la ciencia?
Creo que se va a seguir acudiendo a medios especializados, sobre todo si los medios sabemos mantener esa atención. Pero esa idea de comunicar la ciencia como que es divertida es errónea, porque la ciencia es interesante. «La ciencia te importa», ese es el mensaje que hay que transmitir. Porque cuando alguien se ha dado cuenta de que la ciencia importa, suele quedarse porque es consciente de que importa a la hora de votar, de opinar y de entender las cosas que están sucediendo. Porque la ciencia es profundamente política, pero no en el sentido de estar ligada a una ideología política, sino en el de la participación en la vida ciudadana, en la polis. Si tú no eres capaz de comprender o encontrar las fuentes necesarias para opinar sobre los temas que suceden alrededor del mundo de la ciencia, te estás perdiendo un trozo de la realidad enorme. Si los medios especializados y los generalistas que tienen secciones de ciencia sabemos mantener la atención de nuestro público, seguirá leyendo ciencia. Estos días, por ejemplo, un grupo de investigación liderado por María Martinón, del Centro de Investigación de la evolución humana de Burgos, era portada de la revista Nature por haber descubierto el enterramiento más antiguo de África: un niño en una posición súper cuidada. Ese descubrimiento nos está hablando sobre la compasión humana desde tiempos muy lejanos, lo que demuestra que la ciencia es también muy emocionante, porque nos habla de nosotros mismos. Eso hay que saber contarlo, y dudo mucho que a alguien no le interese.