Los incendios forestales, como casi todas las cosas en este mundo, también evolucionan. Aunque esto sea un concepto poco intuitivo, ya que el fuego no es un ser vivo, ni racional, ni con intencionalidad destructora, lo cierto es que los incendios cambian y se adaptan al entorno, muchas veces modificado por el ser humano.
Ejemplo de ello es el reciente incendio de Sierra Bermeja (Málaga) que se ha llevado por delante más de 10.000 hectáreas. Vista su virulencia y su capacidad destructiva, los expertos han calificado esta catástrofe natural como un incendio de sexta generación. ¿Y qué significa esto? Según la organización medioambiental WWF, este tipo de incendios son “devastadores y se producen alrededor de todo el mundo”, calcinando miles de hectáreas, obligando a desalojar a numerosos vecinos de las zonas afectadas y “casi imposibles de extinguir” por los equipos de bomberos.
Este tipo de incendios, denominados “superincendios” por la ONG, son capaces incluso de cambiar la meteorología de los ecosistemas en los que surgen. Según detalla Raúl de la Calle, secretario general del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales, en este artículo de ‘El País’, estos incendios son especialmente intensos “en cuanto a la energía liberada, con columnas convectivas que dan lugar a pirocúmulos, esas nubes con forma de seta que generan una meteorología particular justo encima del fuego. Esto provoca que haya mucha circulación de aire y que sean incendios muy voraces, pues el fuego se está retroalimentando constantemente de oxígeno”.
Inteligencia artificial, big data, drones…
El ‘más vale prevenir que curar’ es una máxima aplicable a todas las facetas de la vida. También a los incendios. Aunque en muchas ocasiones no se puede evitar el nacimiento y expansión de un fuego, con el paso de los años se han ido desarrollando nuevas técnicas que ayudan a localizar zonas de especial riesgo. De esta forma, se pueden monitorizar y, en último extremo, actuar lo más pronto posible en caso de que surjan las llamas.
Drones, la inteligencia artificial, simulaciones en tiempo real, big data…la tecnología ha dado nuevas armas para mejorar la previsión y la actuación, algo que demuestran proyectos como Arbaria. Desarrollado por el Ministerio de Agricultura y Transición Ecológica, el programa trabaja analizando en tiempo real una gran cantidad de datos que pueden servir como clave a la hora de asignar un riesgo bajo, medio o alto de que se produzca un incendio.
Un algoritmo con una base de datos lo suficientemente amplia puede conocer la humedad relativa del aire, las posibilidades de lluvia, el número de localidades cercanas (tanto despobladas como habitadas) o problemas previos derivados de quemas o de la actividad ganadera. El proyecto, además, no sólo aporta valor a la hora de predecir quemas, sino que también ayuda a movilizar recursos cuando estas ya se han producido.
También los drones se han destapado como una solución interesante a la hora de hacer un seguimiento cercano de las llamas y así evitar la exposición directa de personas. Muchos también se usan para escanear con un alto nivel de precisión las masas forestales, haciendo una radiografía 3D de las zonas por las que puede avanzar el fuego.
El cambio climático, un temible aliado para el fuego
Hay muchos factores que dan pie a la formación de estos “superincendios”. Muchos de ellos pueden englobarse dentro de los síntomas del cambio climático: entornos más secos, olas de calor más periódicas y virulentas y una menor cantidad de masa vegetal, que se traduce en menos humedad ambiental. El abandono rural y de los bosques dan alas a las llamas, que se propagan con más facilidad en zonas de la España vacía.
Para tratar de estar más preparados ante nuevos incendios de sexta generación, un grupo internacional de científicos liderados por Alexandro B. Leverkus, investigador de la Universidad de Granada (UGR), ha diseñado una hoja de ruta con ocho puntos para guiar la actuación de las autoridades ante este tipo de catástrofes.
Precisamente la prevención es uno de los ejes de esta propuesta. La idea es mapear zonas donde se hayan detectado signos de vulnerabilidad hacia el fuego o cambios de uso en el suelo, como el abandono del pastoreo. Un factor este que también influye en la posibilidad de que se aviven las llamas.
“En caso de no constatarse dichas alteraciones, si los ecosistemas se encuentran en buen estado de conservación o tienen alto potencial de regeneración (entre otras cosas, por la alta abundancia de plantas rebrotadoras), deben intensificarse las tareas de conservación, ya que los ecosistemas bien conservados y con un régimen de perturbaciones constante escasea”, concluye Leverkus en la web de la UGR.